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Vultur Wines: el alma del vino chileno hecho a mano desde Rancagua

December 31, 20248 min read

Una pareja de esposos gesta en Rancagua, vinos llenos de calidez con una clara esencia de Colchagua y Casablanca. Toma nota sobre Vultur.

La expresión de un terroir es piedra angular para la franca identidad de un vino; sin embargo, también hay un camino paralelo, del que los wine lovers prestamos quizás un poco más de atención. Puntualizo, en este caso, del vino de bodega o de enólogo, como también lo subrayan. ¿Por qué me llama el paladar este estilo? Muy simple, pues aprecio que la experiencia es más rica por tener dos parámetros muy marcados en un sorbo: las características que sazona el terruño en sí, y la filosofía del gestor con su visión particular. Hago este preámbulo para que logren entender lo que es Vultur Wines, una cálida firma chilena de vinos de autor, muy pequeña, pero con el alma de un gigante. Sus etiquetas reúnen las dos dimensiones para coronar un camino: lugar y visión.

Los vinos de Vultur Wines tienen voz propia. En cada copeo salta la experiencia de Daniel Miranda, su enólogo y propietario, junto a la de su esposa, también ingeniera agrónoma, Alejandra Toro, quienes le dan ese manto de cercanía a lo que escapa de sus botellas. Como sostengo en el titular de este artículo: son vinos hechos a mano. Literal. Ellos cosechan, prensan, despalillan, vinifican, crían, embotellan y venden. Son solo veinte mil botellas a mano las que escapan de su bodega boutique al año, la cual está debajo de su casa en Rancagua. Pese a ello, la joya de la corona, pienso, no está en la controlada producción que manejan, sino en el hilo conductor de cada estructura de sus líneas. Me refiero a vinos perfilados, con la estructura marcada y el correcto uso de barricas. Su sello.

Vultur, que significa Cóndor, nace en el 2010, luego de que Daniel, ya con la firme idea de tener su propio vino, solicita a su padre plantar unas parcelas de malbec donde cultivaba, principalmente, manzanas. Esta pequeña propiedad de la familia se aloja en Rancagua, a unos 90 km. al sur de Santiago, y tenía una pequeña bodega para la vinificación. ¿Por qué malbec? Es una variedad plástica, responde Daniel, pues se adapta a distintos suelos, climas y fechas de cosecha. La pareja de esposos coincide en esta franca apreciación. Sin embargo, al paralelo, iniciaron una búsqueda de uvas de buen perfil para seguir con el proyecto. Es allí cuando los planetas se alinearon y dieron con un amigo de antaño que buscaba colocar sus uvas.

Estas soberbias uvas eran de Colchagua, mejor no podía ser; pero la sorpresa fue mayor cuando al visitar el campo se tomaron con un cuartel de petite syrah, una de las cepas que le generan adición a Daniel. La tomaron, junto a la carmenere, petit verdot y syrah. Hasta hoy siguen de la mano con el mismo viticultor. Mejor ojo que un par de esposos ingenieros agrónomos no existe. Daniel se formó como enólogo en ambos hemisferios, con cosechas en Nueva Zelandia, otras por España, iba y venía, probando, criando, conociendo y formando su propio estilo, que siendo sinceros, se deja entender, sobre todo, por el tino para la barrica. Ojo, no es una vieja escuela, sino que sus vinos expresan una capa de madera que acompaña la fruta, sin ser invasiva o determinante.

Con los años y los vinos en el mercado, encontraron una propiedad en el mismo Rancagua, en el bosque, donde edificaron su casa y debajo de ella su bodega. Esto es, sin lugar a dudas, un vino craft. No hay mejor definición. Todo es pura pasión. Un estilo de vida soñado por muchos que andamos metidos en el mundo de los vinos. Vayamos a los vinos. Las líneas, más que de calidad, son de conceptos. Todo nace con Vultur, que se presenta con tres vinos: Vultur Gryphus, un sólido blend de carmenere (50%), petit verdot (25%) y petit syrah (25%), que se moldea por 24 meses en barricas francesas (15% nuevas). Un vino lleno de estructura, con potencia por la tenacidad de sus uvas, pero sedosa y elegante.

Luego siguen dos vinos más en esta primera línea: Vultur Petit Syrah, con 18 meses de guarda (barricas de distintos usos), con una personalidad adusta, madura, llena de capas. Seriedad en todos los sorbos. Y el Vultur Circus Malbec, con 18 meses en barrica, 30 días de maceración (al igual que los dos anteriores), y con una mirada castrense para un malbec. Es otro beso este vino, nada que ver con sus hermanos de más allá de la cordillera. Lineal, profundo, con una acidez que refresca y aporta seducción. Este vino lo tengo en la mente hasta ahora. Pasamos a la siguiente línea, Globo Vultur, donde lo lúdico se apodera de Daniel y Alejandra, con propuestas más jocosas, también con un importante paso por barrica (sello de Vultur), aunque siempre la fruta te robará una sonrisa.

Acá están en varietales, con su dash de otra uva para matizar, el petit verdot (con un poco de carignan), carmenere (100%), red blend (cabernet, malbec y syrah) y el sauvignon blanc, que se fermenta y guarda por diez meses en barricas francesas. Las uvas para este blanco llegan de Casablanca. Luego de catarlo, pude entender que Daniel tiene que tener alma de Gepetto, pues la madera la maneja a su antojo. La acidez, frescura y redondez que le dio a este sauvignon blanc, fue como alta costura. Todo en su sitio, mágico, sublime. Para finalizar, también proponen su línea Toromiro, quizás más fresca, con la fruta como señuelo, sin dejar la madera, pero bien al fondo. Así, entre copas y sonrisas, me topé con esta bodega que tienen que conocer. La trae a Lima Entre Vinos y Copas.

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