Por Silvia de Tomás
Si te pidieran imaginar a una bruja, es probable que la visualices con un sombrero puntiagudo, un caldero humeante, una escoba y un gato negro. Pero, ¿y si te dijera que esa imagen clásica podría tener su origen en las antiguas mujeres cerveceras? Esta conexión revela un pasado cervecero femenino y una narrativa de estigmatización y poder. En la Europa medieval, la elaboración de cerveza era una tarea femenina. Las ‘alewives’, como se les conocía en Inglaterra, elaboraban cerveza en casa y la vendían para sustentar a sus familias. Cada elemento asociado con la imagen de una bruja tenía una función práctica: el sombrero puntiagudo llamaba la atención en los mercados; la escoba indicaba que había cerveza a la venta; la olla grande servía para infusionar granos y convertir almidones en azúcares fermentables. El gato alejaba a los roedores de los granos. Estas mujeres no solo elaboraban cerveza, sino que manejaban negocios y eran económicamente independientes.
Sin embargo, cuando la industria cervecera se profesionalizó, los hombres comenzaron a desplazarlas. En un contexto de superstición y control social, muchas fueron acusadas de brujería, vistas como una amenaza económica y social. La caza de brujas, que alcanzó su apogeo entre los siglos XV y XVII, se centró en mujeres independientes, parteras, curanderas y cerveceras. El Malleus Maleficarum, un infame manual publicado en 1487, reforzó la idea de que las mujeres que desafiaban el statu quo eran peligrosas. Las cerveceras, con su independencia económica y su conocimiento práctico, fueron blanco fácil de la estigmatización. En esa época, estas mujeres no comprendían la ciencia detrás de la fermentación. Sabían que al dejar reposar una mezcla de cereales y agua, esta burbujeaba y se transformaba en una bebida alcohólica. Usaban lo que llamaban ‘la madre de la cerveza’, un residuo de fermentaciones anteriores con levadura activa.
No fue hasta 1857, cuando Louis Pasteur descubrió que la fermentación era causada por microorganismos, que se comprendió científicamente el proceso. Este hallazgo revolucionó la industria cervecera, permitiendo un control preciso de la calidad y desmitificando un proceso que durante siglos estuvo envuelto en superstición. Si alguna vez hacer cerveza fue motivo de persecución, ¿qué significa hoy para una mujer elegir esta profesión con libertad y pasión? Creo firmemente que toda niña o mujer debe ser libre de escoger la carrera que le llene el alma, sin prejuicios ni limitaciones de género. Ser cervecera es como ser chef: ambas profesiones transforman ingredientes simples en experiencias memorables, combinando arte, técnica y pasión. Un chef diseña platos equilibrando sabores, texturas y presentaciones. Una cervecera hace lo mismo, pero en una copa. Seleccionamos ingredientes como quien elige los mejores productos, proyectamos aromas y sabores con precisión, equilibrando amargor, dulzura, alcohol y cuerpo.
El color de la cerveza revela las maltas utilizadas; la espuma, como un emplatado perfecto, debe ser atractiva y persistente; la carbonatación aporta frescura, como un toque final que transforma el bocado. Investigamos, experimentamos y afinamos nuestras recetas, igual que un chef en su cocina. Pero hay un paso crucial que define la calidad final: la fermentación. Como un panadero cuida su masa madre, nosotros vigilamos la fermentación con atención y paciencia. Es un proceso vivo, donde las levaduras transforman los azúcares en alcohol y CO₂. Cuidarla es como cuidar un guiso a fuego lento, sabiendo que el tiempo y las condiciones adecuadas son clave para un resultado excepcional. Somos chefs de cerveza. Más allá de títulos como especialistas o maestras cerveceras, nuestra labor se traduce en investigación y aprendizaje constante, creando algo que une a las personas en torno a una mesa, una barra o una conversación compartida.
Hoy quiero conmemorar a todas las cerveceras del mundo que he tenido el honor de conocer. Salud por su resiliencia, su amor y esas grandes cervezas que elaboran con el mismo espíritu que siglos atrás llevó a muchas mujeres a ser injustamente llamadas brujas. Mi admiración también va para las cerveceras de la Pink Boots Society, mujeres que no solo elaboran cerveza, sino que abren camino, inspiran y transforman la industria a través de la educación. En Perú, quiero reconocer a las mujeres que están al frente de cervecerías excepcionales, demostrando que el talento no conoce límites: Delia, Caños del Santero, Limamanta, Memorias, Invictus, Vagabundos, Jack Vled, Trium, Candelaria y mi propia cervecería, Two Broders. Cada una no solo produce cerveza, sino que fermenta cambio, innovación y comunidad.
Pero la historia no termina aquí. La industria cervecera sigue evolucionando y, con ella, el papel de las mujeres que la impulsan. ¿Qué sigue? Tal vez nuevas técnicas, estilos inesperados o un liderazgo aún más visible. Lo cierto es que la cerveza, como la historia, siempre está fermentando algo nuevo. Y quizás la próxima gran revolución cervecera también lleve el sello de una mujer apasionada por este arte milenario. ¡Salud!
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