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LAS CARICIAS DEL MALBEC

September 9, 20247 min read

Por John Santa Cruz

Fue Mariana Rosell, directora de Dionisos Club del Vino, quien me enseñó a mirar al malbec con deseos libidinosos. En mis primeras copas, lo que me dejaba esta cepa era una satisfacción fácil, es decir, su expresión es amigable desde las líneas más sencillas. De allí para arriba, la experiencia se torna más espiritual. Es una uva de centro-derecha, si la queremos ver con tufillo político, ya que tiene todo para agradar hasta al más exquisito. Es carnoso y lo podemos encontrar con taninos pulidos dependiendo de la zona, de la crianza o del estilo. Me gustan los que despliegan una acidez directa, puesto que me alertan de una clara frescura. Luego de que baja esta primera ola, espero una redondez compacta y la fruta es la cerecita del postre. En todos estos años de auge del malbec, lo hemos visto en diferentes escenarios, quizás algunos forzados y otros donde mejor se acomoda. Estos estilos con los que se vistió el malbec se rigen claramente a modas,  momentos y a filosofías de enólogo. Se presta para distintos escenarios, pero hoy la propuesta es clara: fruta, fruta y más fruta. 

Esto lo hace más complejo aún, pues al dejar que la expresión propia de la cepa nos hable por sí sola, podemos entenderla por el terroir. La fruta arrastra ello, cosa que la madera tapa con sus notas muy marcadas. Debido a esto, los enólogos que rigen los destinos del vino argentino, en su mayoría jóvenes, andan explorando con mayor ahínco en los viñedos y en la vinificación, en maceraciones y extracciones, en fermentaciones y en levaduras; dejando al roble solo para darle el toque final sin que su presencia sea invasiva. Esto generó, a mi modo de ver, que el malbec coja otro semblante y con una perspectiva mucho más interesante mirando hacia el futuro. Siendo un poco infidente, algunos amigos enólogos chilenos pensaban (y piensan) que el malbec había alcanzado su techo porque ya no tenías más que decir. Algo errado por los motivos que expongo líneas arriba. 

Bajo esta nueva realidad de venderla hacia el mundo, las posibilidades son infinitas. Fue esto lo que me enganchó con el malbec nuevamente. La sencillez denota una complejidad tácita. Ese es el sello actual. Encuentras etiquetas de buen cuerpo, estructura sólida, acidez justa y taninos que refrescan la boca. Lograr ese punto no es sencillo. Son vinos pensados. Los puedes encontrar de distintas zonas porque nada es horizontal. Están los patagónicos. Puedes pensar que son ligeros por la frescura del clima, pero se presentan con buen sabor y vivaces. Siguen con su acidez puntiaguda al final como ADN local. También tenemos los de altura. Quizás se me viene a la mente alguno de Pedernal que son más expresivos, fibrosos, herbales, notas distintas de lo habitual. Esto por el frío y las condiciones de la zona. Otro ejemplo pueden ser los salteños: marcados, unos fisiculturistas, algo nerviosos en la acidez que con un poquito de barrica le arrancas una sonrisa. No podía dejar de mencionar a los de Valle de Uco. Sus suelos calcáreos logran ese equilibrio entre la acidez y la estructura. 

Antes de terminar, cabe mencionar un poco de historia. Para ello quiero citar a Diego Di Giacommo, un colega argentino que realizó una investigación muy seria con respecto al malbec. «El malbec forma parte del reino de las Cots, que se caracterizan por ser uvas con gran carga colorante, donde también está la tannat y la petit verdot. La primera versión sugiere que las Cots ingresaron a Francia procedentes de Italia, expandidas por el Imperio Romano. La segunda versión las ubica como nativas de las zonas costeras franco-alemanas del río Rhin. La tercera indica que su cuna fue la antigua provincia francesa de Quercy, muy cerca de Cahors, vecina a los Pirineos, en el sudoeste de Francia. En 1853, el malbec llega a Argentina de la mano de Michel Aimé Pouget para la Quinta Agronómica de Mendoza. Pouget notó que la uva se adaptaba particularmente bien a los terruños y que sus resultados eran superiores a los que se obtenían en Francia, donde últimamente era utilizada en pequeños porcentajes en los cortes para darle mayor carga cromática a los vinos. La malbec debe su nombre a un viverista húngaro de apellido Malbek o Malbeck (con k final), quien fue uno de los primeros en identificarla por separado y esparcirla en Francia en la zona de Cahors, para posteriormente ser llevada a Burdeos, donde se la conoce también como Auxerrois. Luego se deformó el nombre Malbek, reemplazando la k por la c, aludiendo posiblemente a una palabra similar en francés que significa ‘mal pico’, a raíz del sabor áspero y amargo que entregaba esta uva en esa región». Así que ahora, cuando bebas un malbec, ya sabes qué contar. 

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