Todos tenemos días en que queremos ponerle un alto a nuestras actividades para poder brindarnos un tiempo de calidad y no está mal, te juro que no lo está. Pasamos parte de nuestra vida buscando las mil y un maneras de satisfacer lo que la sociedad o los demás nos indican, pero dejamos de lado intereses, sueños, y sobre todo, la paz mental. Sin embargo, alguna vez nos hemos preguntado ¿cuánto importa nuestro estado emocional y de qué forma influye en lo que hacemos? Cuando éramos niños, mucho o poco importaba lo que los demás decían. Nuestro estado emocional en gran parte se encontraba estable, reservado y en paz. No porque había en abundancia o quizá por desinterés, sino que solo nos importaba pasarla bien, jugar, reír y ser felices. Los juegos entre amigos estaban llenos de adrenalina y sana competitividad. Se podía ganar, perder, incluso caer muchas veces, pero levantarse era la mejor y única opción, ya que no había tiempo para lamentos.
Tengo siempre presente las veces en las que le decía a mi mamá que quería crecer, ser adulto, ver la vida desde un punto en donde yo mismo podía tomar las decisiones. Obviamente, sin saber lo que crecer realmente significaba. Me respondió que viviera cada día, pues no conocemos el mañana. Ella era fan de los amaneceres y del radiante destello del sol. Le daba a las mañanas el título de regalo: una nueva oportunidad de hacer mejor las cosas. Con la mayoría de edad encima se asumen muchas responsabilidades. Tu tiempo se va reduciendo porque tienes la necesidad y casi obligación de ejecutar cada pendiente. ¿Te diste cuenta cuando todo empezó a cambiar? Empecé a trabajar y, a la par, estudiar en la universidad. Eran horas de esfuerzo y dedicación, donde no había momento para descansar. Salía de casa a las siete de la mañana y regresaba a la medianoche. Eso demostraba las largas jornadas que vivía.
La vida de adulto, como bien me lo decían, no era un viaje hacia la diversión constante, sino más bien un encuentro constante con pensamientos que te empiezan a cuestionar cada decisión. La noche se volvió mi mejor aliada en aquellas largas horas, donde pensar se convertía en mi mejor arma ante cualquier cuestión laboral, personal o sentimental. La noche podría tener muchas connotaciones, pero ninguna más clara que su similitud con un eterno silencio. La sociedad y el qué dirán se convierten en los primeros detractores cuando empiezas a entender que existe un molde que debes o deberías seguir al pie de la letra para poder encajar y sentirte completo. No obstante, sin darte cuenta, lo único que estás logrando es privarte de todo lo que te puede hacer sentir completo y feliz.
Eres importante, soy importante. Esa valía debe calar en nosotros. El pensamiento estable es la base de un buen funcionamiento individual y colectivo, ya que sentirnos bien no tiene precio. Date una pausa, respira y realiza esa actividad que tanto anhelas o no has hecho aún. En esta oportunidad sentí la importancia de poder escribir algo fuera de lo regular, de lo cotidiano o tradicional. A veces escribir sin un punto de referencia puede ser la mejor partida para un mensaje más íntimo y certero. El tiempo es oro, la vida una. Aprovecha, abraza tus diferencias y toma tus miedos como impulso. Muchas gracias por leerme. Que la fuerza los acompañe.
Periodista de cine
@cinesamu