No es un grito, pero sí un clamor. Cada vez que salgo a almorzar o cenar, observo que el punto de sal en las comidas es más alto. Por supuesto que existen excepciones. El exceso de sal en las comidas atraviesa los restaurantes de todas las clases, categorías y condiciones. No se salva ni el pollo a la brasa, mucho menos el chifa ni el chicharrón del desayuno dominguero. Obviamente, también el fast food, del cual no tenemos nada que esperar. Sumado a ello, tener el salero en la mesa agrava el problema; pues muchas personas agregan sal a su plato sin haberlo probado.
Sabemos que la sal, así como el azúcar, potencia y realza el sabor de las comidas. No obstante, si se quiere evitar una población cada vez más enferma de hipertensión, cardiopatías, accidentes cerebrovasculares, renales y muerte prematura, se deben tomar las medidas pertinentes que controlen su consumo. En la medida que más salada sea la ingesta de alimentos, nuestro umbral se elevará, la percepción cambiará y el gusto pedirá cada día más sal. ¿Recuerdan que años atrás en las cevicherías ponían cancha bien salada para provocar la sed y así elevar el consumo de bebidas? Incluso una marca de gaseosa desarrolló un comercial con ese foco, solo que en vez de invitar a beber agua promovía el consumo de su edulcorada bebida.
La preocupación por el impacto negativo en la salud no es solo un tema personal. La Organización Mundial de la Salud ya encendió las alarmas al proyectar que para el 2025 no se cumplirá con la meta mundial de reducir la ingesta de sodio en un 30% tal como se tenía acordado y que podría salvar la vida de millones de personas. Aquí vale la precisión de diferenciar la sal (cloruro de sodio abundante en la naturaleza) y el sodio, elemento mineral que junto a otros componentes químicos la conforman.
Los octógonos no son suficientes
El cambio debe empezar por casa y en la alimentación cotidiana. Puedo citarme como ejemplo. Si no hubiera pasado lo que pasé, quizás ahora no estaría escribiendo esta nota y seguiría muy campante con el consumo de alimentos salados. Nunca es tarde. Desde este espacio quiero que sumemos voces para pedir el consumo moderado de sal en los restaurantes, en los alimentos envasados y por supuesto en las casas. Cada vez que salgamos a comer avisemos al mesero que nuestro plato sea con baja sal, que no aliñe la ensalada ni le pongan sal a las papas fritas. Es preferible hacerlo uno mismo y en la menor cantidad posible. Parece increíble, pero la suma de todos esos pasos y detalles van elevando nuestro umbral y costumbre; a la vez que se incrementa nuestra tensión arterial con los efectos nocivos para el organismo. Esperar que el (des)gobierno aplique políticas de salud para la reducción del sodio a las cuales se comprometieron en el 2016 es una utopía. Lo que aprendimos en la pandemia es que una de las industrias más rentables es la salud y el aliado/proveedor de producir ‘clientes’ es la industria alimentaria. La responsabilidad para lograr este hábito de consumo y cambio cultural empieza en el papel activo que tengamos cada uno de nosotros antes de que sea demasiado tarde.