Las redes sociales son, sin lugar a dudas, un escenario poderoso donde se muestra y ventila el acontecer cotidiano de todos los temas que se pueda imaginar: política, economía, gastronomía, ventas, transacciones; así como acciones sociales desde festejos y celebraciones, hasta confrontaciones graciosas y otras nada agradables. Nos guste o no, esa es la realidad que hoy impera en la vida cotidiana de millones de personas en el mundo. Las redes sociales llegaron para quedarse y ser parte de nuestras vidas. El tema ha tomado tal importancia que las empresas encargadas de contratar personal —llamados también headhunters— evalúan a los profesionales de las distintas especialidades en su comportamiento a través de las mismas.
Somos una sola persona en la casa, en el trabajo, con la familia y las amistades. El mes pasado, las redes sociales del pequeño gran universo del vino en Lima (no me atrevo a decir en Perú) se alborotaron por un reel donde un conocido influencer emitía opiniones descalificativas sobre el comportamiento de algunos consumidores. Ello empleando palabras de grueso calibre. Una situación inusual en la comunicación local. Estoy segura de que en una charla coloquial entre amigos no habría problema de llamarse de tal o cual manera, pues son ‘reglas’ que se aceptan entre las partes y finalmente es un acuerdo implícito. Sin embargo, otra cosa es llevarlo a la tribuna de las poderosas e implacables redes sociales.
Como toda acción tiene una reacción, esta no se hizo esperar. Algunas personas que inicialmente hicieron los reposteos respectivos, luego de ver las opiniones y comentarios que criticaban el famoso video, procedieron a borrarlo de sus muros. A veces la emoción le gana a la racionalidad. Nos agrada un video y estamos de acuerdo con este hasta que lo volvemos a ver o leer con mayor detenimiento, y nos damos cuenta de que es una barbaridad con la que discrepamos profundamente. Las redes provocan esa reacción en las personas: la respuesta inmediata, el like, el emoji. No hay tiempo para la opinión crítica ni el pensamiento cuestionador. ¿De verdad estamos de acuerdo con lo que se dice o hace?
Allí estamos ante otro problema quizás más profundo y complejo. No existe pensamiento crítico, análisis ni reflexión. Eso es fatal para una sociedad que quiere o necesita seguir evolucionando. Si esto lleva al debate alturado, bienvenido sea. No tengamos miedo a ello, ya que la democracia implica que podamos expresar nuestras ideas y sustentarlas con fundamentos y maneras apropiadas. El vino es cultura, es la expresión de una familia, de un sector de la agricultura, de una región, de un país. Cuidemos de ello y sigamos aportando a su crecimiento y desarrollo. En términos de comunicación falta muchísimo y no solo en Perú. Me atrevo a decir que en la mayoría de países productores, quienes finalmente son los responsables de que esta bella bebida sea apreciada y disfrutada en su justa medida.
Como bien expresó Lucia Moreno (@collagewine): «Está en nosotros qué elegimos consumir y a qué tipo de contenido le vamos a dar cabida. Los que trabajamos con el vino y para el vino estamos llamados a informar adecuadamente al consumidor. Si nosotros no honramos la profesión, entonces ¿quién lo hará?»