Por Jasmine Rincón
Me encontraba en un momento complicado en mi vida, me sentía sola y con una urgencia de apoyo de mis seres queridos. Tal era mi condición emocional que me mudé temporalmente con mi hermana que vivía en otra ciudad. Ella, quien me acogía en su casa, venía planeando un viaje por Europa, y me invitó específicamente a Italia, acompañando a los ganadores de una bienal de arte local que ella gestionó, y que como premio pudieron acceder a su participación en un congreso de intracultura llamado ‘Artisti in dialogo’ en Castel Gandolfo, ubicado a unos cuantos kilómetros de Roma. Finalmente, hicimos nuestro viaje. Llegamos a Castel Gandolfo luego de una interminable travesía, tomando dos aviones, con el extravío de mi equipaje y demás.
El congreso fue por varios días. Una noche, luego de concluir nuestra jornada, nos invitaron a todos los participantes, entre ellos, artistas plásticos, fotógrafos, poetas, escritores, actores, cantantes y yo, humildemente, gastrónoma; a pasar a los jardines de la casona. Era una noche de primavera. El espacio era una explanada, con mucha vegetación y hermosos cipreses que rodeaban el lugar. Estaba oscuro, apenas algunos focos de luz y el cielo lleno de estrellas era la única iluminación. Motivaron a los artistas a improvisar algún performance para deleitar la noche. De repente, llegó ella, una linda mujer rubia, menuda de estatura, actriz y cantante italiana, ¡y rompió el silencio de la noche cantando a capela, ‘O Sole mio! Alguien rápidamente le alcanzó un sombrero de esos que usan los gondoleros venecianos y que tanto gusta a los turistas.
Entonces, ¡sucedió! Fue como un tatuaje recién hecho, pero que quedaría en mi memoria por siempre. Sentí que el corazón se me llenaba, así mismo mis ojos, mi piel, sin pensarlo, se erizó y suspiré diciendo ¡ESTOY EN ITALIA! Ese momento ha quedado grabado en mi memoria y cada vez que escucho el poema de Giovanni Capurro, hecha canción, afirmo que somos lo que somos por las emociones que hemos sentido por cada cosa, lugar, sabor, olor y sonido en nuestras vidas. Más tarde, no teníamos un descorchador para abrir una botella de vino italiano. Con la ayuda de un lapicero y los vasos que teníamos a mano, logramos un momento memorable con amigos.
El disfrute del vino es una experiencia multisensorial que va más allá del simple acto de beber. Su percepción puede ser influenciada por diversos factores, incluyendo el tipo de envase en el que se sirve. La calidad del envase, ya sea un vaso de plástico o de acero inoxidable, una copa de acrílico desechable, una copa de vidrio o una de cristal ligera y elegante, puede alterar significativamente nuestra percepción. Un vino servido en un vaso de plástico puede parecer menos atractivo y de menor calidad en comparación con el mismo vino servido en una copa de cristal. Esto se debe a que el cerebro asocia ciertos materiales con calidad y elegancia, lo que a su vez afecta nuestra percepción del sabor y el aroma. La textura, el peso y la forma del envase pueden influir en cómo percibimos el vino.
Volviendo a esa noche; a pesar de no seguir las ‘reglas’ tradicionales de la degustación, la experiencia fue enriquecedora y el vino, aunque no recordemos exactamente cuál era, quedó grabado en nuestra memoria como parte de un hermoso recuerdo de ese viaje. Esta experiencia resalta un aspecto fundamental del disfrute: el contexto y la compañía pueden ser tan importantes como el vino en sí. Nuestras emociones y el entorno en el que nos encontramos influyen en la percepción del sabor. En este caso, las risas, la buena conversación y la camaradería hicieron que el vino supiera mejor, independientemente de cómo fue servido.
Las emociones y las experiencias compartidas pueden transformar cualquier momento en uno memorable. Así que, mientras que es útil conocer y seguir ciertas reglas para apreciar plenamente un buen vino, no debemos olvidar que, a veces, aún rompiendo las reglas, podemos protagonizar las experiencias más inolvidables. Salute ragazzi!