Por John Santa Cruz
Golfista, esquiador extremo y triatleta, en los años 90 solía correr en Burdeos, Francia, cuna de algunos de los vinos más famosos del mundo. «Por las tardes y al anochecer salía a correr 15 o 20 kilómetros. Pasaba por una bodega superfamosa, increíble, todo el mundo la conocía. Sin embargo, a la vecina nadie la conocía», recuerda Alexander Vik. Hace poco la revista Forbes le asignó un patrimonio personal de, al menos, US $1.000 millones. Antes, a mediados de los 80, fue por primera vez a Uruguay para presentar a su hija mayor a sus parientes. Las visitas se fueron repitiendo y con su esposa decidieron comprar una casa. En 2005, le encomendó a un equipo de profesionales la búsqueda de un terreno en Uruguay, Argentina y Chile. El desafío era encontrar el mejor terroir de Sudamérica para hacer el mejor vino posible. Así llegó a un rincón del valle del Cachapoal, donde casi no había viñedos. En todo caso, no muy lejos están Apalta y Peumo, zonas que habían ganado fama por sus Carmenere. «Cuando estaba haciendo los análisis del proyecto, en los grandes châteaux de Francia me decían ‘Alex, antes de que las viñas tengan 40 o 50 años no vas a lograr la calidad óptima’. Pero dije ‘tengo que ir más de prisa’. Hemos intentado hacer todo lo posible. Llevamos 14 años trabajando», comenta.
Su equipo pasó un año analizando temperaturas, vientos, el comportamiento del agua y el suelo del campo. Solo en ese último aspecto hicieron 4.000 calicatas —hoyos excavados para ver qué hay bajo la superficie—. Con esa información en la mano, definieron pequeños cuarteles. En 2006 plantaron las primeras de las 326 hectáreas de viñedos de la actualidad. Bastante ha cambiado el vino en estos años. VIK, la botella ícono, comenzó en 2009 como una mezcla de Cabernet sauvignon, Carmenere, Syrah y Cabernet Franc. Su última versión embotellada es principalmente Cabernet Sauvignon, con una pequeña parte de Cabernet Franc. En esa evolución, el vino se ha vuelto más elegante, largo y pulido. Todavía quedan un par de años para que el público conozca ese cambio. Mientras que la mayoría de los íconos chilenos se liberan a los dos años, en VIK se esperan cinco. Se busca así asegurar una correcta evolución inicial del vino y que esté listo al momento de descorcharlo. Eso sí, tiene un costo financiero. Se trata de una inversión de largo plazo.
Como mencioné, en el 2006 se plantaron las primeras viñas y después de una década se lanzó la primera cosecha de VIK 2011, seguido por Milla Cala 2016 y en 2017 con La Piu Belle. Cada uno ofrece su propia personalidad mientras refleja la filosofía holística de la viña. Los vinos de VIK son ensamblajes elegantes, voluptuosos, complejos y equilibrados. Son de clase mundial, con potencial de guarda y de gran disfrute al paladar. Viña VIK cuenta además con un hotel de lujo en el medio de los viñedos que ofrece una experiencia increíble, con una arquitectura que combina arte contemporáneo, vino y una gastronomía excepcional. Esta es una de esas bodegas que dejan huella. Su precio lo vale, sobre todo las líneas altas. ¡Salud!